Ezequiel despertó del profundo sueño en el que se encontraba, abrió con pesadez sus ojos, y escuchó. Un murmullo rondaba en el cuarto y provenía de afuera. Era no sólo un ruido sino un zumbido. Se levantó sin prisa y anduvo hacia la puerta. El ruido se hacía más presente y más acelerado conforme más se acercaba. Se detuvo un segundo al tocar el frío picaporte. Pensó. Y abrió de golpe la puerta.
Frente a sus ojos vio volar a un millar de mariposas, volaban de prisa acompañadas por el viento que soplaba con fuerza y como parecía ser, con entusiasmo.
Ezequiel vio a las mariposas llenar la calle antes vacía a todo lo ancho y lo alto, vio a las mariposas rozar su nariz, estiró su brazo y se arremangó el abrigo para sentir el aleteo en su piel y asegurar que no fuera una ilusión, sintió en sus orejas el ligero aletear de algunas mariposas que entraban erradas a la habitación.
Así vio todo el desfile de mariposas hasta que ya no hubo más, y la calle quedó nuevamente vacía y ya no corría el viento.
Ezequiel cerró la puerta tratando de digerir todo.
En los días siguientes, los cadaveres de las mariposas que habían entrado en casa fueron una prueba de que aquello no fue un sueño.
P.D: Una disculpa por los errores ortográficos en la captura del manuscrito.